Thursday, October 06, 2005

PUEBLA DE LOS ANGELES.

PUEBLA DE LOS ANGELES,
DONDE DEJAN SU PIEL LAS SERPIENTES.Por Waldemar Verdugo Fuentes.
Fragmentos Publicados en "Vogue"-México.

Por la importancia histórica de su centro, por la originalidad en las manifestaciones estéticas -en que destaca su arquitectura-, y por las características de su fundación como experimento social con raíces en el humanismo renacentista, la pequeña ciudad mexicana fue declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad, por la UNESCO, en 1988. Cuando los españoles llegaron a esta región de México, el lugar era conocido como Cuetlaxcohuapan, que significa "la tierra donde dejan su piel las culebras". Zona sagrada de acuerdo a la mitología prehispánica, y por cédula real nombrada Ciudad de los Ángeles, Puebla fue creciendo alrededor de su iglesia principal levantada a partir de 1518, en plena Conquista. En esta misma Catedral, don Marcial del Río, que ha nacido y vivido en Puebla toda su vida, indica que nos detengamos frente a un altar de cristal y oro: "Él es el Arcángel Miguel, patrono de Puebla y jefe de las milicias celestiales, según ha relatado Milton. Le acompañan los ángeles Gabriel y Rafael. Ellos suelen bajar de su retablo y caminar por las calles de esta ciudad en los días de sol. Por eso aquí sabemos de ángeles, no en vano uno vive con ellos toda la vida".

   Las figuras tienen el tamaño de un hombre, y quizás por su ubicación y las luces de esta Catedral, parece que a uno lo miran cara a cara. Un ex gobernador de Puebla narra que luego de ver a un ángel, quedó al punto curado de su ceguera. Otro poblano anunció que los ángeles le habían enseñado que no existe ni el tiempo ni la muerte, y que las cosas cambian según los estados de ánimo. Don Marcial afirma que: “la prueba de que existen es que Dios los confirma con milagros. Que ellos se comporten siempre como si estuvieran en Su presencia, porque su mundo está regido por el amor. Por eso, las personas responsables deben creer en ellos." Le pregunto, ¿cuál es la naturaleza de los ángeles?:

   -Pueden ser hombres o mujeres. Son  los  mensajeros  de una  gran  energía,  de  la  buena  luz. En  lo que  se  refiere  a su apariencia, tienen las mismas características humanas no esenciales. Lo más común es que su persona refleje armonía. Comen y beben, aunque en ciertas épocas dejan de hacerlo, y cuando llegan a enamorarse como nosotros sabemos, generalmente mantienen su pareja mientras viven en la Tierra o hasta que la muerte los separa: viven como nosotros unos setenta años. Pueden curar con sus manos, siempre que la petición de ayuda sea del propio enfermo.  También ayudan por gracia de sí mismos.

   -¿Hay alguna prueba de su existencia?

   -¡Oh, sí! Esta ciudad  de Puebla que fue trazada por ángeles, por eso se la llama Angélopolis. Todo el centro histórico es como un santuario ofrendado a ellos. El solo Relicario de América, como se llama a la Capilla del Rosario de la Iglesia de Santo Domingo, tienen más de diez mil ángeles tallados en piedra y oro. El altar de Santa María Tonanzintla es el Cristo rodeado de su corte de ángeles, y la fachada de la Iglesia de San Francisco, como otras, rescata antiguas simbologías seráficas. Para un viejo profesor como yo, cuando encuentra la leyenda en las calles, ésta se vuelve como el perfume del pensamiento.

   Don Marcial une a sus tareas docentes en la universidad sus propios trabajos de investigación que como arqueólogo ha realizado para varios organismos internacionales, dice que en el Valle de Puebla se asentó, en la antigüedad, una fabulosa sociedad humana:

   -La ciudad fue centro, unos dos mil años antes de Cristo, de una notable actividad cultural, teocrática y en esencia incruenta. Eran gentes dadas a la paz, pues no se han encontrado restos de objetos para la guerra o piedras de sacrificio, como es común en Mesoamérica.

   -¿Quiénes conformaban esta comunidad?

   -Por lo que se sabe, era cierto grupo opositor a los ritos sanguinarios del  culto a Tezcatlipoca, el oscuro espejo humeante, que representa las fuerzas de la oscuridad en oposición a la luz, que representa Quetzalcóatl, la serpiente emplumada, que aquí tiene su templo. Ellos eran seguidores de Quetzalcóatl, quienes eligieron este sitio para vivir luego que el dios fue desterrado del Templo Mayor.  En la salida de la Puebla de los ángeles está el cerro de Tlapacoya, en cuyas laderas hay vestigios humanos de hace 22.000 años.

   -¿Cómo se ha verificado la antigüedad?

   -Desde la década de 1960 realizándose investigaciones; formalmente la última se hizo en 1989, como parte de un programa que realiza la UNESCO para estudiar la antigüedad del hombre en el planeta. Vinieron especialistas en fechas definidas por geo cronología, en cenizas volcánicas, en diatomeas, que son pequeños animalillos de agua, así como palinólogos y paleo zoólogos, expertos en animales del pasado

   -¿Qué se sabe de esta comunidad que habitó Puebla?

   -Eran una casta sacerdotal, de desterrados, pues se oponían al numen cruel del rey de las tinieblas Tezcatlipoca. De aquí viene el sobrenombre popular de "ciudad Levítica" o sacerdotal, que se oponía a los sacrificios humanos y al aniquilamiento de cualquier ser vivo. Según la expresión nahoa, ellos eran nombrados con la palabra Execatlcoatltzintlatlauqui, que significa “hombres culebra del dios del aire”, a imagen de los dragones de otras mitologías. O sea, era un grupo de personas que, cual dragones custodios de los tesoros europeos, aquí custodiaban la memoria de Quetzalcóatl; creando en el valle su propio centro ceremonial, mantenedor de sus propios ritos. A ellos se atribuye la construcción de la Tonacalli, la pirámide de la luz, que ubicaron en lo alto del cerro que construyeron a mano, el Tlachihualtepetl. Durante la conquista, sobre la pirámide se puso la Iglesia de Cholula, como hoy se aprecia.

   -¿Qué se cree que sucedió con los habitantes primitivos?

   -Un  relato legendario dice que fueron llevados por los aires por una fuerte brisa, que era espesa como la niebla; la misma que había arrebatado a Quetzalcóatl cuando subió a los cielos. En la realidad, abandonaron la ciudad antes del año mil de nuestra Era, posiblemente obligados por la invasión de tribus guerreras que arrasaron el sitio. Luego, la ciudad fue siendo consumida por la tierra, pues a la llegada de los españoles solo quedaban restos de una pirámide y grupos indígenas aislados que vivían en los alrededores, quienes son los que preservaron el mito. Las circunstancias en que se realizó el coloniaje español forman una  historia  aparte, en la que especial papel encierra esta Catedral.

   En   1541  escribe   fray   Toribio   de   Benavente,   conocido  como   Motolinia  entre   los indígenas: “Lo principal de esta ciudad y que hace ventaja a otras más antiguas que ella, es la iglesia principal, porque cierto es muy solemne, y más fuerte y mayor que cuantas hasta hoy se han edificado en toda la Nueva España.  Es de tres naves, y los pilares de muy buena piedra negra y de buen grano, con sus puertas muy labradas y de mucha obra”.  Cuando se eligió el sitio definitivo para levantar la iglesia, “se puso la piedra principal labrada con dos rosas”. Converso con el religioso poblano Rosendo Huesca, quien dice que el lugar es custodio de innumerables reliquias: "Se  mandó fundar  Puebla  por orden de  la  reina consorte de Carlos I de España, Isabel de Portugal. La decisión de elegir el lugar recayó en el señor Obispo fray Julián Garcés, uno de los primeros misioneros en llegar a América. El sitio debía estar en buen lugar, el más adecuado que se encontrara en el camino entre la ciudad de México y Veracruz”. Le pregunto a fray Rosendo de cuándo arranca la tradición de que los ángeles trazaron la ciudad para habitar en ella, y dice:

   -De  esa primera época;  es  una  cierta  variación del mito nahoa. Se cuenta que fray Julián Garcés, pensando en el lugar que sería más apropiado, se entregó a la quietud del sueño.  Esa noche, que asientan era víspera del arcángel San Miguel, le fue mostrado un hermoso valle por medio del que corría un río cristalino, rodeado de otros dos brazos de agua que le circunvalaban, entre manantiales. En sueños vio como los ángeles trazaban el terreno, echando los cordeles y delineando la nueva población. Despertó muy de madrugada y en compañía  de  otros,  según  lo  asienta  Motolinia,  “caminaron  unas cinco  leguas  hasta que llegaron a la región” que hoy ocupa la ciudad, “que efectivamente tenía trazados con cordeles”, labor que “todos atribuyeron a los ángeles”.

   En realidad, Puebla no es una ciudad más en el marco novo-hispánico, porque  se construyó de acuerdo a un objetivo exacto: para que se afincaran allí todos aquellos españoles que llegaron en la conquista y que andaban errantes en México y en el resto de América, sin medios para mantenerse, constituyendo un problema para la formación de la naciente sociedad.  La fundación virreinal del lugar formó parte de un experimento social inédito, como eco lejano de lo que acontecía en el Renacimiento europeo, porque era un intento de rescatar a seres perdidos. Su forma de organización causó impacto; se les eximió de impuestos, se les dio tierras y dominio sobre las tribus indígenas, así como respaldo para incentivar la construcción. Al éxito inicial de la naciente comunidad, se sumaron muchos españoles que llegaron a incrementar sus fortunas con las franquicias que gozaba la zona. De esa época de prosperidad son las campanas de la Catedral, “cuyo tañer se escucha a muchas leguas, por la aleación de los metales que las componen”, pues, se dice, tienen un alto porcentaje de oro. Sin embargo, a pesar de ser notable el florecimiento económico que respaldó la construcción de la Catedral, su riqueza es de otro matiz, que, por ejemplo, toma la forma de la fe de los primeros cristianos.

   En la base de los altares de las capillas de la Catedral, pueden admirarse en urnas de cristal y bronce los cuerpos yacentes de mártires de la iglesia, y, en las pequeñas ánforas sus reliquias. Una urna de cristal resguarda un cuerpo de cera de tamaño de un hombre, vestido con túnica de raso verde y capa de seda roja; “es el cuerpo yacente de San Clemente”. En una cápsula se ven tras el cristal las reliquias del santo: huesos de sus piernas. En otro altar veo el cuerpo dormido de una niña sobre cojines de terciopelo; su túnica de seda blanca está cuajada de piedras preciosas y perlas. Sus sandalias y ligaduras son de oro, a la usanza romana, por lo que se cree que fue una niña de la nobleza sacrificada por adoptar su familia la fe de Cristo. Resguarda la Catedral de Puebla muchas de las reliquias que trajeron los primeros misioneros que llegaron a América.  Por Bula especial de Roma, se conservan “espinas de la corona de Nuestro Señor Jesucristo, y trozos de la túnica de San Juan Evangelista. También se veneran restos de la cruz de Dimas, el buen ladrón, y del silicio de María Magdalena”. En un cubo de cristal hay una imagen impresa como con fuego en un pedazo de género. Una inscripción dice que se trata de “Nuestra Señora de la Manga, imagen milagrosamente aparecida en el manguillo del hábito de una religiosa Jerónima de México... se conceden 40 días de indulgencia a quien rece ante el altar”.

   En verdad, un prodigio que salta a la vista es la arquitectura misma de esta iglesia principal de América. El Altar de los Reyes que ocupa la cabecera en forma de cruz de las naves del Templo, es del siglo XVII y una de las más altas expresiones del arte barroco novo-hispano que se conservan intactas. Todo el conjunto es monumental, columnas dóricas y salomónicas en alabastro y oro se erigen entre ángeles, que en diversas interpretaciones cuidan el Altar Mayor: dentro del ciprés hay un nicho de cristal en forma hexagonal donde se conserva una pequeña escultura ricamente vestida, que, se me dice, es la Virgen de la Defensa, protectora de Puebla y que, según la crónica, rescató para la ciudad la célebre “monja-Alférez”, que la trasladó desde Santiago de Chile en el siglo XVII. La imagen fue llevada originalmente a Puebla en los comienzos de la Conquista, y la trajo desde España el primer grupo de religiosas de la Orden de María que llegaron a América. Un tiempo después llegó a Puebla el almirante Pedro Porter, en viaje a conquistar las Californias, empresa difícil y arriesgada que decidió al Obispo dar la imagen en calidad de préstamo para que protegiera a la Armada.

   “-Al  regreso de  tal  empresa -narra  el  cronista- en  el puerto de Acapulco, el almirante se encontró con la orden de transportar al virrey Luis Henríquez de Guzmán, que iba a Perú, por lo que la imagen siguió viaje al Callao.  En Perú se encontró Pedro Porter con su nombramiento de Almirante de la Capitanía General de Santiago, y la Señora de la Defensa siguió viaje a Chile, donde se la custodió varias décadas”.

   Se encontraba entonces viviendo en Santiago de Chile una  inquieta  mujer española, Catalina de Erauso y Pérez Celarraga, que tuvo destacada actuación en la época colonial. En su juventud perteneció a la Orden de María, pero luego se hizo alférez y sólo abandonó la milicia para traer a Puebla de vuelta la escultura, según ordenaba en su testamento el almirante Porter. La monja Alférez logró retornar a México y su preciada carga fue recibida con vítores, declarándose desde entonces a la Virgen de la Defensa como protectora de Puebla. Una placa alusiva narra sobre Catalina de Erauso, que “el año 1650, haciendo el camino a Veracruz, de vuelta a España, le dio el mal de la muerte. Le cogió la agonía muy a prisa y de modo ejemplar rindió su alma a Dios, después de haber andado más de cincuenta años por el mundo. Se le hizo un suntuoso funeral y, por prodigio de mujeres, sus restos descansan en la Catedral de esta Puebla de los Ángeles”.

   En el estado de Puebla se encuentran muchas caras de México: se conjuga un pasado histórico fabuloso y un espíritu profundamente religioso, en que ha germinado el fruto de la hispanidad conjugado con las concepciones cósmicas y mitológicas indígenas. Hay un progreso incansable en sus industrias básicas: el turismo, la industria mediana y grande, el campo y la ganadería. Este es un Estado pequeño en extensión, apenas 33.902 kilómetros cuadrados, con una densidad poblacional de unos 100 habitantes por kilómetro cuadrado en este año 1990. Geográficamente está casi al centro del país; técnicamente se le ubica en la porción sudoeste del altiplano mexicano, con una altitud sobre el nivel del mar de 2.229 metros. Una característica de Puebla es que está regada por importantes aguas: unos veinte ríos la cruzan en diversos sentidos, como el vital Atoyac que atraviesa todo el valle poblano, y luego se convierte en el bravo Balsas; al norte, las cuencas de los ríos Pantepec y Vinazco, el Nautla, San Marcos, Necaxa y Yololo o Calvario. presas importantes como la de Necaxa, Tenango, Mazatepec y Avila Camacho; al norte lagos como el Epatlán y San Felipe; cuencas y manantiales de aguas minerales como el San Lorenzo, Tehuacán y Garci Crespo, de aguas sulfurosas y termales como los de Villa Juárez, Tlacomulco y Tomatlán... está protegida por grandes alturas: al norte se encuentra la Sierra Madre Oriental, con cerros y peñones de más de 3.000 metros de altura; al oriente se ve el Pico de Orizaba, que es el volcán más alto de México (5.747 metros), también conocido como Citaltépetl o Cerro de La Estrella. Al este se encuentra la Sierra Nevada, con volcanes míticos de México, como el Popocatépetl y el Iztaccíhuatl, donde en sus faldas tuvo su hogar la escritora chilena Gabriela Mistral, quien se refiere a la zona en varios de sus escritos. En un poema canta al Volcán diciendo:

"El Iztaccíhuatl mi mañana vierte;
se alza mi casa bajo su mirada,
que aquí a sus pies me reclinó la suerte
y en su luz hablo como alucinada.
Te doy mi amor, montaña mexicana,
como una virgen tú eres deleitosa;
sube de ti hecha gracia la mañana,
pétalo a pétalo abre como rosa.
El Iztaccíhuatl con su curva humana
endulza el cielo, el paisaje afina.
Toda dulzura de su dorso mana;
el valle en ella tierno se reclina.
Está tendida en la ebriedad del cielo
con laxitud de ensueño y de reposo,
tienen en un pico un ímpetu de anhelo
hacia el azul supremo que es su esposo.
Y los vapores que alza de sus lomas
tejen su sueño que es maravilloso,
cual la doncella y como la paloma
su pecho es casto, pero se halla ansioso.
Más tú la andina, la de greña oscura,
mi Cordillera, la Judith tremenda,
hiciste mi alma cual la zarpa dura
y la empapaste en tu sangrienta venda.
Y yo te llevo cual tu criatura,
te llevo aquí en mi corazón tajeado,
que me crié en tus pechos de amargura,
¡y derramé mi vida en tus costados!”

   En otro escrito de Gabriela Mistral que data de 1923, cuando iba en su práctica de maestra de pueblo en pueblo de México, con la costumbre esa suya de nombrar las cosas y contarlas, en Puebla escribe "Una Puerta Colonial", donde compara las manos del olvidado artesano carpintero con las manos de un sacerdote:

   "En la Catedral de Puebla, una de las más nobles de América, yo me he detenido largamente delante de una puerta lateral inmensa, y que está labrada en esa madera de alerce, eterna como el mármol… He quedado mucho tiempo delante de esta puerta de Iglesia. Tendrá ocho o diez metros de alto y cinco de ancho: la hicieron para que dejara pasar anchamente las multitudes. Tiene una barnizadura sombría, que fraterniza con las piedras  tristes, con las piedras austeras y anchas de la Catedral toda, con las naves heladas, con las figuras dolorosas de los altares. Fue tallada totalmente, de extremo a extremo, y la hizo el artífice con una suavidad y una delicadeza que hace olvidar el leño y pensar en los materiales más dóciles: las plastilinas, los encajes. Cien, mil, figuras enlazadas: motivos florales y humanos, hojas que se enlazan, semblantes seráficos, ni rígidos,  ni blandamente graciosos, porque la rigidez no es cosa del misticismo católico y la gracia es siempre sensual.

   "Mirando esta obra inmensa hecha para los siglos, como todo lo que hacían las generaciones anteriores a nosotros, pienso en el tiempo que fue necesario para entregarla. Quiero imaginar a un solo obrero, porque el trabajo individual ennoblece más la obra que el de un grupo, el de una muchedumbre. ¡Qué lentamente iría avanzando ese obrero nobilísimo! Tal vez comenzó la puerta en un día de esta primavera mexicana, luminosa hasta el resplandor; tal vez la madera que le entregaron tenía la fragancia vegetal de que está traspasado el trópico. Fue pasando la primavera, vino el otoño y la dulzura de  éste  solía  poner languidez en la mano del artífice;  llegó el invierno, y la obra continuaba, y la mano seguía sobre la obra como soldada por esa forma intensa de amor que es la faena artística, en la cual el hombre se abraza a la materia por una especie de entrega mística, o como el esposo a  la esposa.

   "No debe haber sido muy joven el artista, porque el joven trabaja con cierta violencia,  con cierto ardor que no es propicio a las obras exquisitamente largas. Prefiero imaginarlo un hombre maduro, ya apaciguado en muchas labores análogas. Tenía esa mano un poco blanda, pero no laxa, que  está como traspasada de la belleza que ha ido creando a través de la vida y que es toda espíritu de haberse pasado sobre las obras maestras. Estas manos de artista envejecido son hermanas, por su color amarillento, y su delgadez, de las manos del viejo  sacerdote, que han sentido cuarenta años el  roce del cáliz y la patena. Voy creando el semblante de ojos ardorosos; voy haciendo el cuerpo encorvado que trabajaba la puerta colonial. El, como todos los constructores del mundo, pasó como una sombra frente a su propia obra, que tiene también de mística  su anónimo.  El nombre del artista no se halla ni insinuado en un hueco; es menos glorioso que las hojas de acanto o de oliva, glorificadas en la talladura. Durante cien años pasaron bajo esa puerta de Catedral, los duros conquistadores. Ella se abría dulcemente para dejarlos penetrar el templo, donde rezaban aquel encendido Padre Nuestro de los guerreros, más lleno de voluntad que de emoción, más quemante de ímpetu que de rendimiento religioso. Años después, la puerta colonial vio pasar a los hombres y a las mujeres de la Colonia, de alma ya domada, de pasos velados, hasta ser imperceptibles, y cuya plegaria había cobrado un poco de esa monotonía que se vuelve la costumbre religiosa, la misa diaria. Y ve pasar ahora a las nuevas gentes, violentas de otra manera, con ese apresuramiento de nuestros días, febriles de afanes numerosos, que nos ha creado la avidez material. Y verá pasar todavía a las que vengan después de nosotros… Palpo con unción esta puerta bajo la cual cruzaron los millares de muertos de una raza enorme, que es la mía, ennoblecida por el dolor que venían a apaciguar en las naves silenciosas. Y beso en una de las flores, labradas, al artífice desaparecido, al hombre que dejó tras de sí algo que yo no he de dejar: la obra perdurable, sobre la cual cien años son apenas una veladura del esmalte..."

   Puebla de los Ángeles es toda obra perdurable, como anota la Mistral; es hermosa artesanía, cuyos artistas arrancan de antiguos asentamientos en la región de grupos como el Otomí, Zacapoaxtlas y Aztecas, los cuales sobreviven al hombre hispánico y su propia herencia, que incluye varias joyas arquitectónicas particularmente religiosas, como, la Catedral que visitamos; así como el Palacio Episcopal, la Casa de los Muñecos del siglo XVIII, la Casa del Alfeñique (hoy Museo del Estado), el Barrio del Artista, de rico sabor bohemio, la Universidad, la Biblioteca Palafoxiana, que es un centro de preservación histórica de documentos de interés para toda América, y otros más pintorescos, como el Callejón de los Sapos, un rincón de leyenda; la Plaza Principal es el corazón de la ciudad y del Estado de Puebla; en piedra se aprecia el escudo oficial que le fue concedido a Puebla por Cédula Real de 1538: se ve una ciudad con cinco torres de oro asentada sobre un campo verde; y dos ángeles uno de cada parte vestidos de blanco, realzados de púrpura y oro asidos a la dicha ciudad, encima de la cual se ve a la mano derecha una letra, la K, y a mano izquierda otra letra, la V, ambas letras de oro simbolizan juntas "Karlos Quinto". En la parte baja de dicha ciudad, bajo el campo verde se ve un río de agua en campo celeste y una orla en torno de dicho escudo, con letras de oro en campo colorado en que se lee:

ANGELIS SUIS DEUS / MANDAVIT DE TE UT / CUSTODIAN TE IN OMNIBUS / VIIS TUIS.*

* Dios mandó a sus ángeles para cuidarte en todos tus caminos.
© Waldemar Verdugo Fuentes
FUENTE: Artes e Historia-México

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